viernes, 10 de julio de 2009

perros por artistas

Oviedo, J. C. GEA

El interior y el exterior de la galería Vértice, en pleno centro de Oviedo, se han transformado en la más peculiar de las exhibiciones caninas que haya conocido la ciudad y, posiblemente, Asturias. Hay perros -los mismos, pero en distintas actitudes- dentro de la galería y perros fuera de ella, «amarrados» a los hermosos árboles del Campo San Francisco. Y tanto los unos como los otros parecen estar pidiendo un acercamiento especial, exploratorio, tanto a los seres humanos como, a menudo, a sus congéneres tridimensionales. Poner en marcha los mecanismos de esa aproximación indagatoria es el objetivo principal de «Cave canem» («Cuidado con el perro»), la sorprendente muestra que estos días exhibe Ricardo Mojardín (Boal, 1956) dentro y fuera de Vértice.


No es la primera vez, ni mucho menos, que Mojardín utiliza, echando mano de un viejo recurso de la sátira o la crítica moral, a los animales: antes de los canes se había servido de simios, vacas, conejos o peces para desarrollar una visión del arte y del hombre frente al arte llena de ironía y mordacidad. En este caso, el artista ha realizado una selección de «perros famosos» de la historia de la pintura que ha reproducido de dos maneras: pintados sobre vinilo y casi diluidos en una capa de texto que alude a las obras de las que forman parte (Velázquez, Tiziano, Rubens, Murillo, Tintoretto...) y recortados en terciopelo y pegados en grandes lonas blancas de plástico, que ciñen los troncos de los árboles en el parque. También es una constante del artista, incluso anterior a su interés por la iconografía zoológica, acudir a la historia del arte como un fértil archivo de imágenes, significados y prestigios, pero también de conductas artificiosas y supercherías, sobre las que cuestionar nuestra relación con el arte o con el universo de imágenes que nos satura.


Para el artista, en «Cave canem» se trata de plantear «casi un experimento etológico», en el que lo ideal sería registrar rigurosamente las reacciones del público ante estos ilustres pero no siempre conocidos chuchos de los maestros antiguos, que ya se mostraron en la gerundense sala El Convent y «triscaron» entre los árboles que rodean la masía donde está ubicada.


«Mi intención es hacer reflexionar sobre la insuficiencia de la información visual, de la necesidad que tenemos de complementarla con algo más que ella misma, y mucho más en un momento en que se nos ha llevado a desconfiar totalmente de lo que vemos», apunta Mojardín, que ha establecido un símil irónico entre la actitud «del perro, que se acerca extrañado, olfatea e, incluso, marca con su orina el lugar para identificarlo después, y la del ser humano, que en los cuadros del interior de la galería no consigue identificar exactamente lo que está viendo hasta que no lee los textos, que son descripciones de los cuadros de los que forman parte los perros».


Al menos, a Ricardo Mojardín le quedó constancia de una parte de esas reacciones desconcertadas durante el montaje de la instalación. «La gente me preguntó de todo: si eran avisos para buscar perros perdidos, si eran prohibiciones para pasear con perros por el parque...» Y, a veces, los perros de verdad que paseaban los preguntones se acercaron para olfatear esas siluetas familiares pero, a pesar de todo, tan indescifrables.

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